El aumento de la mortalidad en invierno, principalmente por enfermedades del aparato circulatorio y respiratorias, es un fenómeno bien conocido del que existe mucha evidencia. La forma y magnitud de la relación entre mortalidad y temperatura depende de diversos factores, entre los que destacan las características de la población y la zona de estudio.
No sólo el frío, sino también las temperaturas extremadamente altas, constituyen un factor que se relaciona con un incremento de la mortalidad. Los episodios conocidos como “olas de calor” se han asociado con incrementos en la mortalidad. La evidencia sugiere que la relación entre temperatura ambiental y mortalidad adopta una forma de V, con las tasas de mortalidad más bajas en días en que las temperaturas medias se sitúan alrededor de 16-28 ºC, dependiendo del clima de la zona estudiada. Un aspecto importante a tener en cuenta es el efecto retardado de las variaciones de temperatura sobre la mortalidad.
Tampoco se debe ignorar el impacto potencial del aumento de temperatura debido al cambio climático sobre la salud. En este sentido, en 2022 el exceso de mortalidad en España fue el tercero mayor, sólo superado por 2020 y 2015. Este exceso de mortalidad se ha atribuido no sólo a los efectos directos e indirectos de la pandemia de COVID-19, sino también a los de los episodios de calor extremo, como las olas de calor, excepcionales en verano de 2022. Ahora bien, sólo un 22,92% del exceso en España, y un 16,22% en Cataluña, ha sido atribuido directamente al calor extremo. Es urgente estudiar la variabilidad geográfica del efecto de los episodios de calor extremo sobre la mortalidad, estimar qué parte del exceso puede atribuirse al calor extremo, a los efectos directos e indirectos de la COVID-19 y a otras causas, así como el papel confusor o modificador del efecto de la contaminación atmosférica y factores socioeconómicos.